Este texto se lo dediqué hace unos años a nadie de quien me enamoré de modo instantáneo y de quien me desenamoré instantáneamente.
Uno, dos, tres, cuatro. No quería que tuviera una muerte dulce. Quería que le estallara esa mirada miserable de juez negro entre los cuervos más negros, que su puta ética se encendiera y le dejara bailar sin cuerda en su cajita de madera el tiempo justo para hacer la condena eterna; quería que se muriera retorciéndose también por fuera. Cinco, seis, siete. Le pintó sin alma entre las ruinas de Atenas con una sandía reventada en el pecho. Ocho, nueve, diez: has muerto.
Destacaban los ojos pardos de Perita, su sonrisa tierna, su carita redonda, destacaba de Perita lo primorosa que era. Viéndola bordar sentadita en su puerta nadie diría que pensaba en estas cosas.
Uno, dos, tres, cuatro. No quería que tuviera una muerte dulce. Quería que le estallara esa mirada miserable de juez negro entre los cuervos más negros, que su puta ética se encendiera y le dejara bailar sin cuerda en su cajita de madera el tiempo justo para hacer la condena eterna; quería que se muriera retorciéndose también por fuera. Cinco, seis, siete. Le pintó sin alma entre las ruinas de Atenas con una sandía reventada en el pecho. Ocho, nueve, diez: has muerto.
Destacaban los ojos pardos de Perita, su sonrisa tierna, su carita redonda, destacaba de Perita lo primorosa que era. Viéndola bordar sentadita en su puerta nadie diría que pensaba en estas cosas.
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Mis amores